Siempre es agradable descubrir novelas de temática vampírica entre la producción de escritores que, a priori, no piensas que hubieran escrito novelas de temática vampírica. Y eso me ha sucedido con “familia de vampiros”, manuscrito también conocido por el título de “La familia de Vurdalak” o, según qué ediciones, por “Vampiro. La familia de Vurdalak”. Hay otra nota que quiero resaltar: nos encontramos ante una novela gótica (de esto hablaremos luego), escrita por un escritor no-inglés y no-americano. Y esto, ya de por sí, hace que esta obra sea muy especial.
Lo primero sobre lo que llamamos la atención es que el autor, Alexei Tolstoi, no es León Tolstoi, el de Anna Karenina, Guerra y Paz, Resurrección o Los Cosacos, por citar sólo unas pocas… Así que, a ver, que nadie se emocione demasiado.
Alexei es “otro Tolstoi”, emparentado con el anterior, pero distinto. No por ello desmerece su obra sino, al contrario. Amigo próximo del zar Alejandro II, la Wikipedia nos informa que, con el título de conde, había nacido en San Petersburgo en 1817 y fallecido en Krasny Rog, en 1875. Fue un poeta, novelista y dramaturgo ruso, considerado como el dramaturgo histórico ruso más importante del siglo XIX, principalmente por su trilogía dramática La muerte de Iván el Terrible (1866), Zar Fiódor Ivánovich (1868) y Zar Boris (1870). También ganó fama por sus obras satíricas, publicadas con su propio nombre (Historia del estado ruso desde Gostomysl a Timashev, El sueño del concejal Popov) y con el nombre de colaborador de Kozma Prutkov. Sus obras de ficción incluyen la novela que nos ocupa hoy, es decir, la familia del Vurdalak - El vampiro (1841) y la novela histórica Príncipe Serebrenni (1862).
Alekséi era miembro de la familia Tolstói, primo segundo de Leon Tolstói, el de Anna Karenina, para entendernos. Debido a la cercanía de su madre con la corte del zar, Alekséi fue admitido en el futuro séquito de la infancia de Alejandro II y se convirtió en "un compañero de juegos" para el joven príncipe heredero. Cuando era joven, Tolstói viajó mucho, incluyendo viajes a Italia y Alemania, donde conoció a Goethe. Tolstói comenzó su educación en casa bajo la tutela de su tío, el escritor Antony Pogorelsky, bajo cuya influencia se interesó por primera vez en la escritura de poesía y de otros profesores. En 1834, Tolstói se inscribió en el Archivo Estatal del Ministerio de Relaciones Exteriores de Moscú como estudiante y en diciembre de 1835 completó los exámenes (en inglés, francés, alemán, literatura, latín, historia mundial y rusa, y estadísticas rusas) en la Universidad de Moscú. Vamos, que no era un Don Nadie, sino una persona culta y cultivada.
A lo largo de la década de 1840, Tolstói llevó una vida ocupada de la alta sociedad, llena de viajes de placer, fiestas de salón y bailes, salidas de caza y romances fugaces. Como todos hacemos, vamos. También pasó muchos años en el servicio estatal como burócrata y diplomático. En 1856, el día de su coronación, Alejandro II nombró a Tolstói uno de sus ayudantes de ayudantes personales. Tolstói sirvió como comandante de infantería en la Guerra de Crimea. Finalmente, dejó el servicio estatal a principios de la década de 1860 para continuar su carrera literaria. Murió en 1875 de una dosis letal de morfina auto-administrada en su propiedad de Krasny Rog. ¿No es un final romántico?
Pero volvamos a nuestra novela. ¿Podemos decir de ella que es “gótica” o meramente una “novela de terror” de tantas al uso? Recordemos que no son géneros similares, digan lo que digan las editoriales comerciales.
Lo primero que nos encontramos es la habilidad literaria con que el autor mezcla hechos históricos con creación literaria. Comienza situando al lector en el Congreso de Viena de 1815 que, celebrado tras la derrota de Napoleón, pretendió retornar a Europa a la situación previa del Antiguo Régimen. Basta ya de aventuras revolucionarias ¡hombre! ¡con lo bien que estábamos con los tres estamentos, nobleza, clero y tercer estado de campesinos y burguesía…!
Ni que decir tiene la clase social de los participantes y, de una forma muy sutil, Tolstoi nos informa de los fastos, fiestas y reuniones que siguieron al Congreso. Y fue en una de estas reuniones sociales, donde el marqués d’Urfé (dicho también De Jurfé, en otras traducciones) narra la historia central de la novela.
Dicho esto, podemos encontrarnos con un número suficiente de detalles que nos hacen afirmar la goticidad de la novela. Quizá echamos de menos el omnipresente castillo medieval que, en esta obra, falta. De hecho, el grueso de la historia trascurre en la cabaña de la familia Vurdalak. Bueno, para los más puristas que quieran castillo, decir que hay castillo, el de la condesa viuda del príncipe de Schwarzenberg, en cuyas estancias se reúnen los nobles del Congreso de Viena tras finalizar éste, para descansar, pobres, y hablar de esto y de lo otro.
El ambiente, pues sí, es gótico. Contado por el marqués d’Urfé en primera persona, pone al autor en situación de viajar a Moldavia, el estado de ánimo que se encuentra en los pueblos que atraviesa, el aire frío o los sonidos de los bosques. El lector empieza a sentir un regomello que le atraviesa la espalda, ciertamente muy agradable.
Me encanta que el protagonista haga un paréntesis para explicar a las damas de la tertulia, en el castillo de la condesa viuda de Schwarzenberg lo que es un vampiro, para el horror de ellas, por Dios… y las peculiaridades de los vampiros eslavos, que son más fieros que los de otros países porque, fíjate, chupan con preferencia la sangre de sus parientes más cercanos y de sus mejores amigos, y estos, a su vez, al morir, se convierten en vampiros. De modo que, según dicen, existen en Bosnia y Herzagovina, aldeas enteras, cuyos habitantes son todos vampiros. Añado yo, ¿cuándo vamos? Pregunto…
Ese regomello del que hablaba, se convierte en “uncanny” a medida que avanza la novela. No quiero estropearos la trama adelantando cosas, pero el “uncanny” se siente, o no se siente. Yo me tuve que echar la rebeca por los hombros y, para mí, es señal de que la novela es gótica.
Por terminar, aconsejo muy vivamente la lectura de esta obra. Por todo lo anterior, quizá por no ser británica y encontrar “otra forma de contar las cosas”. Con todo, piénsese que la aristocracia rusa bebía de las manos de los nobles ingleses a quienes imitaban, por lo que no se encontrarán grandes diferencias, pero algo verá el lector. Ahí lo dejo.
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