El sábado fuimos a visitar el Museo del Romanticismo de Madrid. Habíamos estado anteriormente en su sala de conferencias, pero nunca habíamos entrado en el Museo en sí. Me gustó mucho y lo recomiendo.
Uno de sus cuadros me llamó especialmente la atención. Se trata de una niña, con una tez muy pálida -así lo mandaba la moda de la época- y unas oscuras ojeras que el pintor, por algún motivo, no quiso disimular. Ello me llevó a recordar que, en la época del Romanticismo era común que los jóvenes adquieran la apariencia de espiritualidad que da la palidez y unas pronunciadas ojeras. La tuberculosis, que se había convirtido en el mal del siglo XIX, sería incluso exaltada en la literatura.
Me habría gustado añadir el nombre del pintor y el título del cuadro, pero confié en que, agrandando la foto podría verlos sin recordar que las cámaras digitales pixelizan la imagen sin permitir mantener los detalles. ¡¡Ay, las antiguas cámaras convencionales!!
Si bien he hecho una corta investigación por Internet para ver si encontraba alguna pista sobre porqué las ojeras y la palidez son también propias de la cultura gótica, debo reconocer mi frustración. Fuera de páginas comerciales y alguna que otra entrada "graciosa", no he podido dar con el fondo filosófico del asunto, si es que éste existe. Por el momento, prefiero quedarme con la idea romántica de que ojeras y palidez, lo mismo que en el siglo XIX, reflejan una apariencia de espiritualidad.
Muy recomendable el Museo del Romanticismo, además de por lo espectacular del sitio, por la libertad que se permite al visitante a la hora de recorrer las diferentes habitaciones.
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